No hacía falta decir nada más. Solo eramos él y yo en aquella habitación. Sus brazos eran mi refugio y su mirada iluminada por el sol me hacía valorar lo bonito que era pasar cada momento a su lado, saber que él estaba ahí, que me quería.
Entonces, sus labios se movieron para decir:
- Eres impresionante.
Y ese simple momento bastó para hacerme perder la poca cordura que me quedaba.
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